La Praga de 1964 fue testigo de una de las conferencias más importantes del siglo XX. Organizado por la revista Flamen, el “Coloquio sobre la noción de decadencia” tenía entre sus invitados al filósofo Jean-Paul Sartre, al pensador marxista Ernst Fischer y al novelista Milán Kundera, entre otras notables figuras. La temática se reducía a entablar una discusión sobre los límites de la estética realista, instaurada y erigida bajo el régimen stalinista como la dirección obligada de todo arte socialista. Luego de arduas exposiciones, los presentes terminaron en la decisiva afirmación de que los aquellos límites eran tan amplios como la realidad misma, y que lecturas como las de Joyce, Proust y Kafka no debían ser simplemente desechadas por un juicio dogmático, que resultó ser tan dañino para la libertad de expresión en el bloque oriental[1].
Lo que en esa larga mesa se deliberó fue una negación categórica ante las formas de control que el totalitarismo ejercía sobre la creación y el pensamiento, bajo una doctrina –que como bien lo han dejado en claro autores como Erich Fromm y Terry Eagleton[2]- tiene por fundamento la defensa de la libertad del hombre mediante la humanización de su quehacer físico e intelectual. La interpretación stalinista del marxismo tocaba fondo por aquellos años; Hungría en 1956 era sometida bajo el poder ruso, como luego en 1968 sería aplacada la insurgencia checoslovaca. El gesto de aquel 1964 fue un grito que irremediablemente desataría la ira de los administradores de la utopía, gesto que ya antes había sido anatemizado en figuras como Suvarin, Pierre Pascal, León Trotsky y sobre todo con la publicación de “Historia y conciencia de clase” de Gyorgy Lukács, uno de los libros más controvertidos por la sovietización de la III Internacional, pero que fue un salto decisivo hacia la conformación de una ontología marxista, que finalmente terminó con la gran respuesta de “Ser y Tiempo” del filósofo alemán Martin Heidegger, la obra capital del siglo recién pasado.
La película “La vida de los otros” entra en la intimidad de esa represión. Situada históricamente en los últimos años de la dominación socialista en la RDA, el poeta y dramaturgo Georg Dreyman representa el sino de muchos artistas –como aunadores de un sentimiento común y profundamente individual- ante las presiones del poder totalitario. Su acción se cristaliza en las palabras de Albert Camus al recibir el Premio Nobel en 1957:
“Cualesquiera sean nuestras debilidades personales, la nobleza de nuestra profesión tendrá siempre sus raíces en dos compromisos difíciles de mantener: negarse a mentir sobre lo que uno sabe y resistirse a la opresión”[3].
La negación de la mentira y la resistencia, fueron el eje de las generaciones que cohabitaron a los dos lados de la Cortina de Hierro, el imperativo tanto para quienes estaban bajo el yugo soviético, como también para quienes soportaban la deprecación de la libertad y los valores en la democracia imperialista norteamericana. Hablamos de un periodo del que somos tristes herederos, del cual –heredero también de las prácticas del poder de la dos Guerra Mundiales- demuestra la capacidad de los gobiernos, ya sean democráticos o totalitarios, de modelar una noción de realidad a partir de los Medios de Comunicación, el control de las fuentes de información y el “monopolio de la fuerza física”, al decir de Max Weber. La estabilidad de esas fuerzas yace en lo que la pensadora Hannah Harendt anotó en su obra “Sobre la violencia”, en la que indaga en el uso indiscriminado de esta “ya no como una preparación para la guerra”, sino para justificarse “sobre la base de que más y más disuasión es la mejor garantía de la paz”[4].
Ante eso reclama el arte y el artista, ante el desbanque de su discurso, pues como bien sabe el poder, es él la experiencia más alta de la esencia humana, su defensora y también su más provocadora máscara. Los debacles de Georg Dreyman, Christa-María Sieland y el dramaturgo Albert Jerska, se definen en ese resumen salvaje que hizo Pierre Pascal, el francés que presenció la Revolución de 1917 y el stalinismo en Rusia, en sus diarios:
“Los hijos reciben instrucciones de vigilar a los padres. Los sentimientos de generosidad son expulsados por la desdicha de los tiempos: se cuentan en familia los bocados de pan o los gramos de azúcar. La dulzura es considerada vicio. La piedad ha sido aniquilada por la omnipresencia de la muerte. La amistad sólo subsiste como camaradería.[5]”
Ante la vigilancia de la Stasi, que maneja todas las formas de vida, un poema de Bertrold Bretch, el poeta más comprometido de la causa marxista, hace que Hauptmann Gerd Weisler, el calvo agente que sigue cada mirada del dramaturgo, detenga su corazón, hasta aquel momento indolente. Las medidas tomadas por esta organización, se centraron preferentemente en la censura de la intelectualidad, que no subsumía sus palabras a la razones de Estado, y reservando para esta, luego de su supresión, el sagrado mandamiento del suicidio como único escape. Los versos de Brecht calan entonces en lo más hondo de un personaje austero e insensible, muestran a través de la figura de las nubes esa verdad insuperable para la raza humana: que todo se desvanece en el tiempo.
“La vida de los otros” es un manifiesto por la libertad, del trabajo agotador del artista “luchando codo a codo con la muerte”, de aquel ser portador del lenguaje en toda su extensión y que no puede ni debe callar ante el abuso y la injusticia. Una película que no hace distinción en su esencia, pues la RDA es todo un siglo XX, con todas sus ideologías totalizantes de la verdad, sea la comunista, la capitalista o la fascista. Es una película para ver hoy, para dejarnos con toda la inquietud de lo que en nuestro mundo ha pasado y sigue pasando, para comprender, en definitiva, las lecturas equívocas a las que el hombre puede llegar en su afán de poder y por los intereses más bajos del egoísmo.
Georg Dreyman es un punto y coma de una carta al nuevo siglo escrita con sangre. Su labor debe llevarlo a exponer su vida hasta las últimas consecuencias, como también lo hará su espía converso, en una tarea que bien comprendió en nuestro país, en 1966, el poeta Enrique Lihn y que me permito citar en toda su extensión para finalizar:
“Si se tratara de asumir una misión, yo diría que la poesía actual debiera enfrentar el mundo con un rostro lo suficientemente despejado como para que se reflejaran en él los monstruos que engendra el sueño de la razón, los maniquíes que engendra la duermevela de la inteligencia práctica, futurizando todos los vicios del mundo moderno en imágenes de presumibles catástrofes. Pero no se le puede pedir a nadie que juegue ahora el papel de testigo presencial sin entrar para nada en el baile”[6].
Notas:
[1] Passim Varios Autores, Estética y Marxismo, Planeta - De Agostini, Barcelona, 1986.
[2] Vease: Fromm, Erich Marx y su concepto del hombre, FCE, México, 1970 y Eagleton, Terry Marx y la libertad, Grupo Editorial Norma, Santa Fe de Bogota, 1997.
[3] Camus, Albert Al revés y al derecho, Editorial Losada, Buenos Aires, 2004. Pág. 67.
[4] Arendt, Hannah Sobre la violencia, Alianza Editorial, Madrid, 2006. Pág. 10.
[5] Furet, Francois El pasado de una ilusión: ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX, FCE, México, 1995. Pág. 16.
Bibliografía:
Varios Autores, Estética y Marxismo, Planeta - De Agostini, Barcelona, 1986.
Camus, Albert Al revés y al derecho, Editorial Losada, Buenos Aires, 2004
Arendt, Hannah Sobre la violencia, Alianza Editorial, Madrid, 2006.
Furet, Francois El pasado de una ilusión: ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX, FCE, México, 1995.
Lihn, Enrique Entrevistas, Editorial J.C. Sáez, Santiago, 2005.
Varios Autores, Estética y Marxismo, Planeta - De Agostini, Barcelona, 1986.
Camus, Albert Al revés y al derecho, Editorial Losada, Buenos Aires, 2004
Arendt, Hannah Sobre la violencia, Alianza Editorial, Madrid, 2006.
Furet, Francois El pasado de una ilusión: ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX, FCE, México, 1995.
Lihn, Enrique Entrevistas, Editorial J.C. Sáez, Santiago, 2005.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario